La incertidumbre es una variable siempre presente en el análisis de los temas referidos al funcionamiento del sistema internacional, sobre todo porque es imposible obviar el impacto que el factor subjetivo tiene sobre la realidad que se va a estudiar. Sin embargo, los últimos años (en particular desde la llegada de Donald Trump a la más alta instancia de administración del poder de Estados Unidos) han estado impregnados de una alta dosis de indecisión, perplejidad y duda respecto de las decisiones que se toman, y que tienen transcendente influencia en la vida de los pueblos, de los países y del mundo.
En ese marco (cuando la subjetividad y la incertidumbre se manifiestan en tan elevados niveles) las decisiones no dan certezas respecto de su veracidad y posibilidades reales de ejecución.
Se ha tornado natural la presencia de la mentira en el quehacer y en la retórica cotidiana de estadistas y políticos, ya no sólo cuando ésta se utiliza para encubrir delitos o actuaciones al margen de la ley, sino incluso como fundamento para determinadas actuaciones. Recientemente el presidente colombiano, con abierta impudicia y en interés de mostrar total lealtad a Estados Unidos, después de una reunión con el secretario de Estado Mike Pompeo, no tuvo inconvenientes en falsear la historia de manera repugnante al inventar un supuesto apoyo de ese país a las luchas independentistas de Colombia cuando cualquiera sabe que eso jamás ocurrió. Más allá de la anécdota, tal opinión encarna un pensamiento y una voluntad para lograr un objetivo a cualquier precio. Tal hecho hace patente que la ética como principio del quehacer político ha sido definitivamente abandonada por las élites oligárquicas que ostentan el poder gracias al apoyo de los funestos medios de comunicación y las no menos funestas redes sociales inventadas para sostener el poder del sistema que los procreó como instrumentos masivos de engaño. Según el conteo de The Fact Checker publicado por The Washington Post, el presidente Trump mintió 836 veces en sus primeros 6 meses de gobierno, 3001 vez al cumplir 466 días en la presidencia y 4229 veces hasta el 4 de agosto del año pasado al completar 558 días de mandato, o lo que es lo mismo, 7,6 mentiras por día, rompiendo el récord el 5 de julio del año pasado cuando mintió 79 veces, siendo los sensibles temas de migración, problemas económicos, cifras de desempleo y acuerdos comerciales los que han sido de mayor utilización adulterada por parte del presidente de Estados Unidos
Ante estas cifras tan avasalladoras, uno podría preguntarse cuánta certeza puede haber en el análisis si los mismos están basados en los informes del presidente de la nación más poderosa de la tierra si, por ejemplo dice que va a retirar las tropas de Siria de inmediato, y solo unos días después, tras miles de opiniones a favor y en contra en todo el mundo, reuniones de la oposición demócrata, renuncia de algunos de los funcionarios de gobierno muy cercanos al presidente y declaraciones de decenas de líderes en todo el planeta, afirma que jamás le había puesto plazos a dicha retirada.
¿En qué condición quedan los miles de incautos analistas, especialistas y expertos que emitieron profundas y estudiadas opiniones sobre el tema? ¿Se ve dañada su reputación y credibilidad al respecto? Pero, lo más importante es la inquietud que genera para los pueblos no saber a qué atenerse cuando están en manos de mentirosos compulsivos que, así como juegan con la verdad, juegan con la vida y el futuro de millones de personas.
En este sentido, vale la pena referirse a la declaración de guerra contra Venezuela que ha hecho el Grupo de Lima este jueves 4 de enero. Con el fin de justificar tal manifestación de clara agresión a otro país recurren a la mentira más burda al decir que “condenan cualquier provocación o despliegue militar que amenace la paz y la seguridad en la región”. Con esta mentira, han hecho precisamente todo lo contrario: dar el aval para que se realicen provocaciones que justifiquen una intervención militar en Venezuela. ¿Cuál despliegue ha hecho Venezuela?, que no sea el necesario para salvaguardar su soberanía.
No ha sido Venezuela el inventor de los “falsos positivos” para simular información militar y mostrar éxitos encaminados a obtener mayores recursos de Estados Unidos para la guerra, no ha sido Venezuela el país que atacó militarmente a un vecino violando su soberanía, no ha sido Venezuela el que ha permitido que se establezcan bases militares para agredir a otros países, no ha sido Venezuela el país que ha tenido una guerra por más de 50 años en su territorio amenazando permanentemente a sus vecinos por la extensión del conflicto fuera de sus fronteras, no es Venezuela el país cuyo gobierno apoya, financia y entrena paramilitares para realizar operaciones ocultas, masacres y violaciones de derechos humanos, no es Venezuela el mayor productor de cocaína del mundo, con el visto bueno y apoyo de la DEA.
Deben saber los países del Grupo de Lima que los soldados venezolanos portan orgullosos en su uniforme una escarapela que dice “forjador de libertades” porque son herederos de la gesta del ejercito patriota que salió del territorio nacional para ayudar al logro de la independencia y la libertad de pueblos hermanos, entre ellos dos que forman parte del Grupo de Lima y que bajo el mando de Simón Bolívar, nacido en Caracas y de Antonio José de Sucre, nacido en Cumaná (no de George Washington ni de Thomas Jefferson) derrotaron definitivamente al ejército colonial español en Ayacucho y deben saber que esta ha sido la única vez en la historia que las fuerzas armadas venezolanas han salido de su historia. Jamás han apoyado las aventuras militares de Estados Unidos como si han hecho otros, ni tampoco han servido de represores de pueblos hermanos, formando falsas misiones de paz de la ONU que en realidad sirven para defender intereses imperiales. Haití para nosotros sí es la madre patria y como dijo el historiador Yldefonso Finol, el General Petion, si debería considerarse un padre fundador. De paso, vale decir que para nosotros, los pueblos del Cribe si son nuestros hermanos y sus gobiernos dignos representantes a los que no acudimos solo para buscar votos cuando hay elección en la OEA.
Claro, no puede esperarse mucho de las élites peruanas, continuadoras de aquellas que traicionaron primero a San Martín y después a Bolívar o las colombianas que intentaron asesinar a Bolívar, como después lo harían con Sucre.
Estas mentiras que configuran su declaración de guerra obligan a la movilización general del pueblo venezolano para evitar que el enfrentamiento bélico se concrete. Lo único cierto que dice la declaración de guerra del Grupo de Lima es que los problemas de los venezolanos lo deben resolver los venezolanos y que yo sepa no hay nadie del Grupo de Lima que lo sea. Deben saber que si esa guerra se desata, también morirán algunos de los casi 7.5 millones de ciudadanos de los países del Grupo de Lima que viven en Venezuela, sin ningún tipo de restricción ni discriminación, sin que jamás el gobierno de Venezuela esté llorando tragedias como miserablemente lo hacen estos países ante la llegada de los venezolanos.
Debe saber también el Grupo de Lima que si se concretara la agresión a la que le han dado visto bueno, los venezolanos y las venezolanas pelearán como lo hicieron en Boyacá, como lo hicieron en Pichincha, como lo hicieron en Junín, como lo hicieron en Carabobo y como lo hicieron siempre victoriosos en Ayacucho…y después aténganse a las consecuencias.
Los pueblos hermanos de América Latina y el Caribe siempre tendrán en Venezuela un país hermano cuando vengan con la verdad, pero si sus élites quieren utilizar la mentira como instrumento de agresión, deben saber que los fusiles del pueblo venezolano escupirán el fuego sagrado que incinerará a la mentira y a sus adláteres.
Sergio Rodríguez Gelfenstein