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“El nervio óptico”, de Gainza, entre los 100 libros más destacados del año según el New York Times

Publicado por el sello Mansalva en 2014 y reeditado por Anagrama cuatro años después, en 2018, el “El nervio óptico” ocupa el puesto 71 del ranking de los 100 mejores libros del año según esa publicación estadounidense.

“El nervio óptico”, de la escritora argentina María Gainza, forma parte de la lista de los cien libros notables de 2019 según una selección realizada por The New York Times Book Review.

“En esta deliciosa autoficción que aparece en inglés -el primer libro de Gainza, una crítica argentina de arte-, una mujer ofrece evaluaciones concienzudas de reconocidos pintores que se cruzan con destellos de su vida, generando un todo esclarecedor”, se lee en página Web https://www.nytimes.com.

El libro de Gainza fue publicado este año en Estados Unidos, traducido por Thomas Bunstead y tuvo una gran recepción entre la crítica y los lectores.

Del ranking que encabeza “La era del capitalismo de la vigilancia”, de Shoshana Zuboff, forman parte autoras como Margareth Atwood, con “Los testamentos”, o Sarah Broom, con “La casa amarilla”.

Gainza nació el 25 de diciembre de 1975 en Buenos Aires, por más de una década colaboró en la emblemática revista Artforum y en el suplemento Radar del diario Página/12, y trabajó en la corresponsalía de The New York Times en Argentina.

En 2011 publicó “Textos elegidos”, una selec­ción de sus notas y ensayos sobre arte argentino; “El nervio óptico”, su primera incursión en la narrativa, fue traducido a 10 idiomas y recibida con gran entusiasmo por la crítica; y en 2018 publicó “La luz negra” (Anagrama), una novela sobre falsificadores y falsarios, con personajes reales que parecen de ficción.

  • CINCO RAZONES POR LAS QUE PODRÍA INTERESARTE EL NERVIO OPTICO, POR HERNÁN VANOLI

1. El nervio óptico es una autobiografía “cubista” que también podría ser considerado como una colección de cuentos que se parecen bastante a ensayos donde anécdotas personales se cruzan con la historia de pinturas que marcaron a la narradora de la novela. María Gainza, que es crítica de arte pero no abusa de ninguna jerga sino que narra con un sosegado y genuino talento, es también una maestra a la hora de enhebrar situaciones y personajes con la descripción de los efectos corporales y emocionales de una selección de cuadros de diferentes épocas y procedencias.

2. Si te interesa la historia del arte, la novela es un muy buen ejemplo de cómo vincular las biografías y contextos de los autores con sus estéticas. Rothko, Courbet o El Greco, por sólo dar ejemplos de los más conocidos, son “mirados” desde el trasfondo vital que produjo su singularidad. Lo que a simple vista podría parecer la manifestación de una especie de chismerío que no puede escapar de la lectura en clave personal de las pinturas es, en realidad, un esfuerzo por atrapar aquello que nunca podemos terminar de comprender ni de formular sobre el proceso creativo.

3. El nervio óptico se presta tanto a una lectura “interactiva” con Google a mano para analizar y conocer a muchas de las obras que se describen -casi todas presentes en salas y museos de Buenos Aires- como para una lectura más vinculada a reflexionar sobre aquello que nos pasa cuando tenemos una experiencia de contemplación artística. ¿Por qué nos gusta lo que nos gusta? ¿Qué plus es necesario para que nos conmueva? Es un libro para leer pero también para mirar. Una hermosa clase de cómo construir puentes entre las experiencias públicas de lo bello y las experiencias íntimas de la pérdida.

4. Si uno se pone un poco sociológico, detrás de su aparente simplicidad y de una galería de recuerdos, la novela funciona también como una investigación sobre cierta aristocracia decadente. Gainza fracasa en su búsqueda de ecuanimidad para considerarla y comprenderla. Prefiere centrarse en el desorden antes que en las regularidades. Aunque es una maestra del detalle su esfuerzo por anular los antagonismos bajo el manto de la enfermedad como algo igualadoramente humano -”los ricos también se enferman”- deja muchas conclusiones jugosas por sacar. Como en la vida, el juego de espejos entre escritura, memoria, pintura y dolor funciona en varios niveles por más que lo “no dicho” del libro es tan interesante como su esfuerzo por comprender la forma en que vemos.

5. Si el narrador suele ser la voz de una tribu o la de una oveja negra que viene a corroerla, Gainza elabora en forma sutil la segunda posición. Esto, que resulta muy eficaz para construir un lugar de enunciación que no está ni afuera ni adentro sino en los límites de las categorías de sentido común con las que pensamos, hace un poco de ruido cuando se convierte en la vocación de atemporalidad que atraviesa al libro. ¿Puede un libro ser atemporal como una pintura? Indudablemente no. ¿Podría el libro de Gainza haber sido por una aristócrata zarista de finales del siglo XIX?

 

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