La autora de «Los cuentos de la abuela Loba» dice, en diálogo con Télam, que «todo aspecto de la vida es susceptible de volverse material para la escritura» y esa idea puede encontrarse en estos cuentos publicados por Hexágono Editoras en los que, a través de pequeños datos, sueños y anécdotas se forma un legado, el que una abuela entrega a su nieta.
Por Emilia Racciatti
En «Los cuentos de la abuela Loba», Cecilia Rodríguez construye una memoria a partir de relatos que condensan momentos de una vida en los que prima el extrañamiento de lo cotidiano pero también la potencia de la narración para darle un cauce a la experiencia y aliviar así el desborde de la enfermedad o la certeza de lo irremediable.
Rodríguez (Rosario, 1984) dice, en diálogo con Télam, que «todo aspecto de la vida es susceptible de volverse material para la escritura» y esa idea puede encontrarse en estos cuentos publicados por Hexágono Editoras en los que, a través de pequeños datos, sueños y anécdotas se forma un legado, el que una abuela entrega a su nieta.
Esa abuela loba atravesó identidades diferentes: Emma, Delia o Manuel pero sobre todo fue una narradora ante una nieta que se dispuso a volver literatura sus destellos de memoria cuando la demencia senil avanzó sobre sus recuerdos.
«Este libro compila anécdotas, imaginaciones y sueños de mi abuela a lo largo de los años. Heredé estas historias en forma de papeles y audios. Constituían hasta hoy, su mundo secreto», dice Rodríguez, también autora de la novela «El triángulo», en el epílogo.
-Télam: ¿Cómo nacieron estos cuentos? Cursaste la licenciatura en Artes de la Escritura en la Universidad de las Artes, ¿ayudó, impulsó a escribir este recorrido?
-Cecilia Rodríguez: Cuando a mi abuela le diagnosticaron demencia senil, empezó a aparecer en mis ficciones la abuela loba. Los cuentos fueron escritos en un período de cuatro años, mientras trabajaba también en otros textos, como la primera novela que publiqué, titulada «El triángulo». Una primera versión del libro de cuentos se armó a finales de 2018, el año que empecé a cursar Artes de la escritura. Es una carrera preciosa, muy reciente aún. Se viven grados de libertad mayores que en otras carreras por las que pasé, lo que no quiere decir que no haya exigencia. Ese primer año me empaché con la carrera. Cursé, entre otras cosas, Narrativa Argentina II, a cargo de Martín Kohan. Recorrer parte de la literatura argentina escrita en los años 40 y 50 (Borges, Cortázar, Viñas, Correas) terminó de completar el universo donde se mueve la abuela loba, y eso fue el gran impulso para cerrar una primera versión del libro. Después vino el trabajo con las editoras de Hexágono, que fue muy atento y dedicado. Dos cuentos en particular cambiaron mucho a partir de la lectura de ellas.
-T: Escribís en la sección cultura de La Izquierda Diario, ¿cómo dialoga ese rol con el momento de escribir literatura?
-C.R.: Pienso que escribir literatura dialoga con cualquier cosa que se haga en la vida. Todo aspecto de la vida es susceptible de volverse material para la escritura. A la vez la escritura (así como la lectura) nutre las fuerzas vitales con las que se encara cualquier otro proyecto, especialmente si son proyectos que no se hacen por obligación sino por pasión. Mi labor en La Izquierda Diario es parte de una militancia que lleva diecisiete años y que, además de intervenciones en luchas y procesos políticos, siempre implicó mucha lectura. La variedad de la literatura marxista es apabullante: diarios, cartas, crónicas, biografías e historias de revoluciones que son grandes novelas a la vez. Hay para todos los gustos. Y plumas increíbles como Marx y Trotsky. Esta militancia por la revolución alimentó la escritura. A su vez, la escritura alimentó la militancia, le planteó nuevos desafíos y le dio nuevos recursos. Por eso empecé a escribir en la sección cultura de La Izquierda Diario y por eso este año me sumé a impulsar la colección literatura de la editorial vinculada al diario, Ediciones IPS. Mientras respondo esta pregunta, acaba de salir de imprenta el primer libro en cuya edición participé, El Paso del Diablo, novela del chileno Pavel Oyarzún Díaz.
-T: Decís en el epílogo que oficiaste de escritora allí donde hubo que completar una historia inconclusa y la frase final, la del último cuento, es un pedido y un «Te quiero». ¿Cómo se materializó ese pasaje a la escritura?
-C.R.:Me alegra ver que del epílogo se hacen diferentes lecturas, algunas más literales, otras más metafóricas, otras que mezclan un poco de ambas. En cuanto al ‘Te quiero’ del final, creo que el pasaje a la escritura está antes de sentarse a escribir. Ese Te quiero ya se oyó, está rumiando en la cabeza, en el cuerpo, y basta la mera predisposición a sentarse frente a un teclado para que el Te quiero estalle y encuentre como correa de trasmisión el brazo, los dedos.
-T: ¿Qué autores o textos reconocés como centrales durante la escritura del libro?
-C.R.:Los cuentos se van encadenando para contar la historia de la abuela loba. A la vez son reescrituras de otros textos, cuadros o canciones. Algunas referencias se explicitan, como John Reed. Se hace mención a sus crónicas sobre la revolución mexicana, ya que ellas hay un final alternativo para el cuento «Isabel la mexicana». Otras referencias se sugieren intensa y reiteradamente, como Borges. Otras operan veladamente, como Viñas, Hopper o Cortázar. Hay referencias fuertes a textos puntuales: Berenice, de Edgar Allan Poe y Aceite de perro, de Ambrose Bierce. En el medio hay un tema de Soda Stereo (a pesar de que siempre fui del palo de Sumo) y el poema que cierra «El sauce» es una reversión del que narra la muerte de Ofelia en Hamlet. Estas son las cosas más conscientes, de las que puedo dar cuenta. Después hay miles de cosas operando inconscientemente que es imposible conmensurar. A lo mejor exageré un poco con las referencias a otros textos, pero creo que es algo que, cuando se empieza escribir, se necesita hacer. De algún modo una se inserta en un linaje, no ya de sangre sino de palabra.
-T: ¿En qué estás trabajando ahora?
-C.R.: Después de «Los cuentos de la abuela loba» escribí tres novelas breves, que aún no tienen planes de publicación. Hay una en particular a la que le tengo mucho cariño porque la escribí en un momento donde estaba muy triste, en duelo por mi viejo, y la novela es lo contrario, satírica. Me reía sola. Era un respiro sentarse a escribir haciendo lo opuesto a lo que estaba pasando. Tuvo mucho que ver el estar leyendo a Apollinaire y a Pablo Katchadjian, al que entrevisté el año pasado y con quien también cursé en Artes de la escritura. Ahora trabajo en una serie de cuentos que tienen en común el estar ubicados en futuros imprecisos.