El 13 de octubre de 1980, Pérez Esquivel recibió en la sede de la embajada noruega en Buenos Aires la noticia de su designación como Nobel de la Paz, decisión que representó un duro golpe para la dictadura y aire fresco para las organizaciones que buscaban canales para difundir las violaciones a los derechos humanos que se multiplicaban en el país.
El arquitecto y escultor Adolfo Pérez Esquivel se convirtió en 1980 en el cuarto Premio Nobel argentino, en su caso de la Paz, por su defensa de los derechos humanos y tras haber estado 14 meses preso de la dictadura, una elección de la que el martes se cumplirán 40 años y que sirvió para amplificar en el mundo las denuncias de las atrocidades del gobierno de facto cívico-militar.
El 13 de octubre de 1980, Pérez Esquivel recibió en la sede de la embajada noruega en Buenos Aires la noticia de su designación como Nobel de la Paz, decisión que representó un duro golpe para la dictadura y aire fresco para las organizaciones que buscaban canales para difundir las violaciones a los derechos humanos que se multiplicaban en el país.
Pérez Esquivel es «uno de los argentinos que han aportado un poco de luz a una noche profunda», destacó en su anuncio el Comité Nobel, que puso de relieve la tarea por los DDHH «a través de una política de no violencia».
Cuarenta años después, el dirigente repasó el momento: «El Premio logró abrir las puertas y las ventanas de muchos lugares a los que antes no teníamos acceso y nos permitió seguir con nuestras luchas. Fue una gran bocanada de oxígeno ante la asfixia de la dictadura», explicó en declaraciones a Télam.
La elección del argentino, por entonces de 49 años y que ya había estado preso, relegó las postulaciones del rey Juan Carlos de España, por su rol en el proceso de apertura democrática; del canciller británico Peter Carrington; del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (Acnur) y de la activista sueca contra el desarme Alba Myrdal (lo ganó dos años después).
Para entonces, Argentina ya tenía otro Premio Nobel de la Paz: el diplomático Carlos Saavedra Lamas lo había logrado en 1936, por su mediación en la guerra entre Bolivia y Paraguay.
También habían sido distinguidos Bernardo Houssay con el de Medicina en 1947 y Luis Leloir con el de Química en 1970. En 1984 se sumaría César Milstein, con otro galardón en Medicina.
Pérez Esquivel ya había sido postulado antes en dos ocasiones y cuando fue elegido estaba en libertad vigilada. Había estado preso desde abril de 1977 hasta el 25 de junio de 1978, el día que en Buenos Aires se jugó la final del Mundial de Fútbol 1978.
Un día después de conocerse el premio, el dirigente dio una conferencia de prensa en la sede del Servicio de Paz y Justicia (Serpaj), con imágenes del Papa Juan Pablo II y el cardenal Arnulfo Romero detrás, en la que juzgó que la elección lo animaba a «continuar el trabajo para crear una sociedad en la que el hombre pueda vivir más dignamente».
«Es evidente que en Argentina no se respetan los derechos humanos: existen miles de desaparecidos, los niños nacen en las cárceles… Nuestro trabajo consiste en buscar una solución a este drama por la dignidad de la persona», subrayó entonces.
Y expresó que compartía el Premio con el Movimiento Ecuménico por los Derechos del Hombre (MEDH), la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) y las Madres de Plaza de Mayo.
Entre las primeras reacciones al Nobel argentino se contaron la organización Amnistía Internacional; la secretaria de Estado adjunta para los DDHH de Estados Unidos, Patricia Derian; el Consejo Mundial de Iglesias, y varios países de la región, que festejaron que el premio quedara para un latinoamericano.
El diario Clarín reseñó entonces que la embajada argentina en Oslo dijo desconocer a Pérez Esquivel cuando un periodista solicitó una foto y que algún medio extranjero hasta lo citó como de nacionalidad brasileña.
El poco nivel de conocimiento de la figura parecía un dato: en el material que dio cuenta de la noticia, la agencia Télam afirmó que Pérez Esquivel «no había alcanzado hasta aquí trascendencia pública ni una repercusión social que lo elevara a la consideración de sus compatriotas ni mucho menos de la comunidad internacional».
El Comité Nobel noruego elige a sus premiados de entre quienes hayan hecho «el mejor trabajo o la mayor cantidad de contribuciones para la fraternidad entre los países, la supresión o reducción de ejércitos, así como la participación y promoción de congresos de paz y derechos humanos en el año inmediatamente anterior».
El de la Paz, habitualmente de los más polémicos, es uno de cinco premios especificados en el testamento de Alfred Nobel y el único en el que no se informan las razones, aunque algo suele esbozarse en el anuncio.
El Comité esconde la lista de candidatos y esos registros quedan sellados durante 50 años una vez que los premios son entregados.
Cada beneficiario recibe una medalla, un diploma y un premio monetario, cuyo valor varía con el paso del tiempo.
En sus declaraciones a Télam, Pérez Esquivel contó que todo lo que recibió lo puso a disposición de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y que pretende el 10 de diciembre –aniversario exacto de cuando recibió el Premio- entregarlo en mano al titular de la casa de estudios, Alberto Barbieri.
Pese al paso del tiempo, el Nobel argentino no considera que la distinción lo haya cambiado, sino que, por el contrario, se mantiene «igual, comprometido con los pueblos, los indígenas, los campesinos, los religiosos, los sindicatos, en definitiva, con los que sufren y luchan, en especial con los más pobres, con los más necesitados».
El galardón al argentino alimenta la lista de seis Premios de la Paz latinoamericanos: además de Saavedra Lamas y Pérez Esquivel, lo ganaron la guatemalteca Rigoberta Menchú, el costarricense Oscar Arias, el mexicano Alfonso García Robles –compartido con la sueca Myrdal- y el colombiano Juan Manuel Santos.