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Examinan con rayos X la piel de un perezoso gigante para desentrañar el misterio de su “armadura” interna

Científicos del CONICET aplicaron la técnica a un cuero de 13 mil años y observaron dos patrones de ordenamiento en miles de minúsculos huesos que lo recubren por dentro.


Tras el impacto de haber logrado determinar con precisión la antigüedad de la famosa piel momificada de un gigantesco mamífero extinto hallada en la Cueva del Milodón, una formación natural ubicada al sur de Chile por una expedición científica del Museo de La Plata (UNLP) a fines del siglo XIX, los mismos científicos avanzaron ahora con la observación minuciosa de las características del cuero, y para eso aplicaron una técnica diagnóstica poco frecuente en el estudio de restos paleontológicos: radiografías. Los resultados del análisis, que acaban de darse a conocer en la revista Journal of Morphology, permiten inferir aspectos hasta ahora desconocidos de la biología y evolución de los enormes perezosos milodontes.

El material tiene 13.200 años y es una porción de la piel de un animal cuyos mayores ejemplares alcanzaban más de una tonelada de peso y tres metros de longitud. Se cree que las condiciones de la cueva en que apareció fueron esenciales para su excelente grado de preservación, teniendo en cuenta que conserva pelos y partes blandas momificadas. Inmersos en su lado interno, una capa de miles de pequeños huesos que oscilan entre el tamaño de una lenteja hasta los 2 centímetros de diámetro acaparó la atención de los autores del estudio, que decidieron someterla a rayos X mediante un equipo portátil de uso veterinario. “Este rasgo del cuero de los perezosos gigantes ya se conocía, pero se consideraba que esas piezas óseas estaban desparramadas al azar, y nosotros descubrimos que están ordenadas según un patrón”, relata Néstor Toledo, investigador del CONICET en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata (FCNyM, UNLP).

Reconstrucción de un milodonte con el cuero del Museo de LP superpuesto para ver los patrones de osículos, y una figura humana para comparar los tamaños.

Así, en las cuatro radiografías tomadas, estos osículos –como se conoce a los huesos más pequeños– se mostraron formando hileras o bandas en algunas zonas, y rosetas o estrellas en otras. Al momento de buscar referencias bibliográficas que pudieran complementar estas observaciones, se encontraron con que, sin saberlo, habían aplicado la misma técnica que Wilhelm von Branco, un científico alemán que en 1906 publicó un informe sobre el análisis por rayos X –descubiertos apenas una década antes– a distintas piezas paleontológicas, entre las cuales figuraba, casualmente, otra piel de milodonte que se conservaba en el Museo de Historia Natural de Berlín. Grande fue la sorpresa de Toledo y sus colegas al encontrar que ya en ese trabajo se reportaban los mismos patrones de ordenamiento en los huesos de la piel que ellos habían notado.

“Superponiendo las radiografías de von Branco con las nuestras, entendemos que las estructuras de rosetas se ubicarían en la zona del lomo y sus alrededores, mientras que las de hileras lo harían en los costados y cerca de las patas. Con esta información, comenzamos a discutir las probables razones funcionales de estas posiciones, pensando a esos huesos como una especie de armadura que habilitara el movimiento”, describe Toledo. Así, permitiría plegarse o arrugarse a aquellas partes del cuerpo que necesitan mayor flexibilidad, como las axilas o el vientre, y otorgaría más o menos rigidez a las otras. Todas estas conjeturas plantearon un nuevo interrogante: ¿por qué motivo tenían estos animales una piel tan gruesa y reforzada con elementos óseos?

El cuero momificado expuesto en el Museo de LP con las radiografías tomadas en el estudio superpuestas.

“La hipótesis más sólida en cuanto a la función de este esqueleto dérmico está relacionada con la defensa frente a otros organismos: en primer lugar, posibles depredadores, pero también individuos de la misma especie durante combates, como podría ser entre machos para poder aparearse, según la conducta de algunos mamíferos actuales”, explica Alberto Boscaini, investigador del CONICET en el Instituto de Ecología, Genética y Evolución de Buenos Aires (IEGEBA, CONICET-UBA). Aunque la primera opción arroja algunas dudas respecto a qué especies atacarían a animales de semejante porte, el principal argumento sería de índole evolutiva: los registros más antiguos de osículos en la piel se remontan a otros milodontes del grupo Mylodontini, que vivieron hace unos 10 millones de años y eran bastante más pequeños. “Ellos sí podían ser devorados por marsupiales carnívoros y grandes aves, con lo cual haber contado con una coraza interna sería una gran ventaja. Puede ser que esa estructura se haya heredado sucesivamente a los representantes posteriores, aunque estos hubieran aumentado su tamaño”, apunta el experto.

Ligado a la cuestión de la evolución, aparece otro interrogante, pero que esta vez mira hacia el presente. “En paleontología, recurrir a los animales actuales como clave para entender a los que ya no existen es muy frecuente y se conoce como ‘principio del actualismo’. En este caso, prestamos atención al único mamífero vivo que tiene huesos en la dermis: el armadillo, que precisamente también presenta patrones de organización común con los perezosos del pasado, es decir las rosetas e hileras de osículos”, describe Boscaini. Si bien para los investigadores esto podría responder a la cuestión puramente funcional vinculada a la rigidez y movilidad necesarias en las distintas áreas del cuerpo ya descriptas, las semejanzas podrían sugerir un patrón de desarrollo compartido, “quizás relacionado a la expresión de los mismos genes”, puntualiza.

Manipulación y valor patrimonial

Si bien la aplicación de rayos X a la piel momificada fue un procedimiento delicado que requirió la participación de técnicos especializados para poder disparar el equipo sin moverla de la vitrina en la que se exhibe, el antecedente de la misma práctica llevado adelante por von Branco guarda una anécdota muy curiosa: para hacerlo, el científico expuso el cuero conservado en Berlín a vapor de agua hasta ablandarlo del todo y luego lo estiró sobre una superficie lisa sobre la cual tomó las radiografías. “Lo positivo es que aquellas placas tienen una calidad extraordinaria y nos fueron muy útiles para nuestro estudio, pero en verdad se trata de una maniobra impensada para el día de hoy: es prácticamente un ataque a una pieza que es única e invaluable”, explica Leandro M. Pérez, también investigador del CONICET en la FCNyM y otro de los autores del trabajo.

De acuerdo al experto, la sanción de la Ley de Protección del Patrimonio Arqueológico y Paleontológico en 2003 fue muy importante para restringir las posibilidades de manipulación de este tipo de restos o fósiles. “La piel del perezoso que tenemos en el museo local es un verdadero tesoro: es probable que no se vuelva a encontrar algo siquiera parecido. Tiene unos cortes muy profundos e incluso algunos faltantes porque en la década del ’70 se le extrajeron muestras para someterla a la primera datación por radiocarbono, un método que busca la presencia de isótopos de ese elemento químico en los materiales. Hoy en día, aunque esté arrugada y deshidratada, sabemos que no se la debe modificar y así tomamos las radiografías, por eso en muchas áreas los huesitos se ven superpuestos unos con otros”, añade Pérez.

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