Arte & Historia Destacada

Caso Branca: el crimen que marcó el ocaso del almirante Emilio Massera

El ex jefe de la Armada perdió el apoyo de la fuerza tras conocerse la desaparición de Fernando Branca. El empresario era pareja de Martha Rodríguez Mc Cormack, una de las amantes del amirante, pero ella que lo celaba lo acusó con Massera de querer engañarlo en un negocio. (Fernando Branca en otra foto familiar. Foto: archivo Victoria Branca).


POR RICARDO RAGENDORFER

La película The Night of de Generals (La noche de los generales), realizada en 1967 por Anatole Litvak, trata de un maniático que mata mujeres en Polonia y Francia durante la ocupación alemana. En una de sus escenas, el oficial de la Kriminalpolizei que investiga el caso extiende un papel hacia su colaborador de la policía parisina, y le dice:

–Vea, aquí tiene el nombre de tres generales. Uno de ellos es el asesino.

Éste, sin mostrar sorpresa, se permite una pregunta retórica:

– ¿Sólo uno? ¿Acaso matar no es la actividad habitual de los generales?

Y el alemán responde:

–Lo que en grande es una proeza, en pequeño resulta monstruoso. Y así como se conceden medallas a quienes matan en masa, la justicia debe castigar a los que matan al menudeo.

Todo indica que semejante criterio no fue debidamente considerado por el almirante Emilio Eduardo Massera, uno de los máximos responsables del peor genocidio argentino. De hecho, no por ello fue a parar por primera vez tras las rejas sino a raíz un crimen cuyo móvil –así como se comentaba en los pasillos de la Armada– fue un “lío de faldas”: la desaparición, el 28 de abril de 1977, del empresario Fernando Branca. La causa judicial demoró seis años y medio en cobrar vida. Ya corría el tramo final de la última dictadura.

La portada del diario Clarín del 16 de junio de 1983 ofrecía el siguiente titular: “La Armada acepta el fuero civil para juzgar a Massera”. Y arriba, una volanta de solo dos palabras: “Regresa hoy”.

En efecto, durante la mañana de aquel jueves, el almirante retornaba al país desde Río de Janeiro –en donde se había establecido semanas antes para planificar sus próximos pasos políticos– apretujado en la incómoda cabina de un minijet fletado por la fuerza para su traslado. Su único acompañante, un teniente de fragata, permanecía en silencio. Massera tampoco abría la boca. Pero no ocultaba su fastidio. Estaba al tanto de que el juez federal Oscar Salvi, quien lo indagaría al día siguiente, le había denegado la eximición de prisión.

La nave aterrizó al mediodía en la base de Punta Indio; allí lo recibió el jefe de Personal Naval, contralmirante Jorge Bonino. Y juntos abordaron un helicóptero que los llevaría hacia la Capital.

En el trayecto, Massera hizo una pregunta referida a las razones por las cuales Salvi había ordenado su captura.

La respuesta fue:

–Ni idea. El juez no le quiso decir nada al almirante Franco sobre los cargos contra usted, señor.

Oscar Franco era por entonces el comandante en jefe de la Armada.

– ¡Pero no puede ser, es ridículo! –exclamó Massera.

–Señor, creo que debe acostumbrarse a pensar que este en un problema personal suyo y no de la institución.

– ¡No me joda! Usted no puede creer realmente eso.

Pero lo cierto es que en ese preciso instante Massera tuvo una certeza: la Armada le había soltado la mano.

Corazón salvaje

En 1977, al ingresar la dictadura en su segundo año, el almirante sentía que el mundo estaba en la palma de su mano. Mientras encarnaba el ala más dura de la Junta Militar, de cara a la opinión pública se exhibía abierto, comprensivo y razonable. Ya por entonces sus ambiciones polimorfas poseían una voracidad indisimulable; tal angurria incluía –pese a estar unido en el santo sacramento del matrimonio con Delia Veyra (a) “Lily”– su faceta de galán empedernido. Tanto es así que en su colección brillaban piezas tan disímiles como la vedette Graciela Alfano y la escritora Marta Lynch. Pero también solía recibir en su bulín de la calle Darragueira, del barrio de Palermo, a las hermanas Cristina y Martha Mc Cormack. Bien vale reparar en ellas.

Pese a la sonoridad del apellido que portaban, pertenecían a una familia “venida a menos”. Los calamitosos negocios del padre (ya fallecido) les había marchitado el abolengo. En consecuencia, el merodeo de ambas alrededor de la alta sociedad porteña fue en calidad de coladas. En rigor ellas eran –con la bendición de la madre, doña Alicia– una especie de groupies del poder.

Cristina, la mayor, era esposa del diplomático Luis Clarasó De la Vega.Martha había estado casada en primeras nupcias con el terrateniente y empresario César Blaquier, con quien tuvo dos hijos. Su segundo matrimonio fue, en 1974, con Fernando Branca, un buscavidas de pocos escrúpulos. Aquel tipo, que había sido guardiacárcel en el penal de Villa Devoto, pudo ascender en la escala económica y social mediante operaciones en los Estados Unidos con una firma importadora de papel, cuyos socios –tal como él de ufanaba– pertenecían al crimen organizado.

Cristina fue la primera Mc Cormack en frecuentar el lecho de Massera. Y lo hizo sin que ninguna sombra la acechara, hasta que Martha deslumbró al almirante durante una fiesta en el Hotel Alvear. Eso la contrarió. Lo prueba una declaración suya publicada el 30 de junio de 1983 en la revista La Semana: “(Martha) nunca me quiso. Siempre fue mala. Me hizo la vida imposible. Ella me tenía mucha envidia; envidiaba mi belleza. Tuvimos una relación muy traumática. Puedo afirmar que nunca fue normal”.

Pero cuando el cronista preguntó si ella había sido amante de Massera, lo negó con las siguientes palabras: “No diga pavadas. Con el almirante somos muy amigos; es una persona excelente. Nos conocemos por mi esposo que es embajador”. También desmintió el amorío de Massera con Martha: “Nunca supe que ella y Emilio tuvieran relaciones. Imagínese, yo tendría que saberlo, ya que con Emilio nos veíamos seguido.

Sin embargo, todo indica que Branca sí estaba al tanto del asunto. Y que lo toleraba, ya que lo veía como el motor de su enriquecimiento. De modo que, a fines de 1976, le pidió a Martha que le consiguiera una entrevista con Massera para que lo ayudara a desbloquear 1.600.000 dólares depositados en el Banco Central.

El encuentro ocurrió poco después. Massera lo recibió en su despacho, acompañado por Natalio Hocsman, escribano y asesor financiero.El desbloqueo fue de la noche a la mañana, y Hocsman se llevó 40 mil verdes de comisión. A su vez, entre whisky y whisky, el marido de Martha y su amante quedaron en compartir algún negocio de valía.

Así fue que, días después, Branca se dejó caer en el Edificio Libertad con una propuesta concreta que entusiasmó a Massera: instalar una financiera o un banco con fines especulativos.El aporte de capital iría por cuenta de Branca, quien para ello necesitaba vender un campo de tres mil hectáreas en la localidad de Rauch. Al respecto hubo un pequeño inconveniente: la mitad de dicha propiedad estaba inhibida en un juicio por división de bienes iniciado por la ex esposa del empresario, Ana María Tocalli.

Massera –mediante otro escribano de su confianza, Ariel Sosa Moliné– consiguió un inversor español que haría la compra en esas condiciones.

Mientras tanto, proseguían las tórridas citas entre el almirante y Martha en el departamento de Darragueira. Pero el vínculo de ella con Branca se iba enturbiando por las escenas de celos que ella le hacía. Sí, escenas de celos. Porque Martha no soportaba que él también tuviera una relación paralela. La cuarta en discordia era la modelo Cristina Larentis, quien a su vez era novia de un amigo del amante, llamado Jorge Burguess.

Fernando Branca junto a su hija Victoria que investigó su muerte y escribió sobre ella. Foto: archivo Victoria Branca.

Ya durante la Semana Santa, Branca invitó a Martha a Punta del Este para así recomponer la paz marital. En dicho viaje también participaron dos parejas amigas en carácter de invitados. Ellos fueron testigos de que, para sus anfitriones, esos días no fueron una segunda luna de miel. Los ataques de ira de Martha fueron un espectáculo cotidiano. Pero la gota que rebalsó el vaso fue cuando ella le soltó a viva voz:

– ¡Sos un boludo hasta para los negocios!

Entonces, él pronunció una frase que le costaría caro:

– ¡El vivo soy yo, estúpida! ¡Yo soy el vivo! ¡Me los paso bien a todos! ¡También al piola de Massera! ¡Le vendí un buzón a los del Banco Central y ni se avivó! ¡El vivo soy yo!

Al día siguiente, en el casino del Hotel Nogaró, Martha tuvo uno de sus habituales ataques de celos. Y comenzó a bramar:

– ¡Me lo debés todo! ¡Sin mí serías un ciruja!

Branca siguió apostando sus fichas, sin inmutarse.

Entonces, como dirigiéndose a todos los presentes, Martha remató:

– ¡A este hijo de puta lo voy a hacer sonar! Cuando llegue a Buenos Aires le voy a contar al “Negro” (el apodo íntimo de Massera) que lo quiere pasar en un negocio y le va pasar un camión por encima.

Recién en ese instante, Branca perdió los estribos y le dio una bofetada. Eso hizo que ella repitiera la amenaza:

–Juro que le voy a avisar Massera la trampa en el negocio que le hiciste resolver, y entonces que Dios te ayude.

La amenaza la cumplió dos días después en el departamento conyugal de la Avenida del Libertador y Ocampo, a donde Massera fue convocado por ella con urgencia.

El Negro la escuchó sin mover un solo músculo del rostro; luego dijo:

–Yo ya sé quien es Branca y los alcances de su maniobra. Solo me falta saber si vos estás metida o no. Tu situación va a ser analizada para proceder en consecuencia. Ya sé que vos no tenés la culpa y que te usaron. Pero hay un sector de la fuerza que piensa lo contrario, y te involucra en la estafa que vos decís. Pero no te preocupes. Esas últimas cinco palabras fueron dichas con una sonrisa ladeada.

Semanas más tarde, lo invitó a Branca a navegar en yate. El encuentro quedó pactado a las 10.00 de la mañana del 28 de abril en el Apostadero Naval de San Fernando.Previamente, Branca se duchó en el departamento de Libertador. Estaba muy nervioso, y le confío a Martha su creencia de que lo seguían. Ella, a su vez, le dijo que había cumplido su amenaza. Branca, entonces, recibió la llamada de un asistente del almirante para recordarle la cita.De manera que él partió en estado de pánico.

Lo último que se supo del empresario es que enfiló con su auto hacia la zona norte por la Avenida del Libertador. En algún tramo indeterminado del trayecto fue interceptado por un vehículo, al cual fue obligado a subir. Desde ese momento nada más se supo de él.

El hundimiento

Tras la presurosa repatriación de Massera desde Brasil, el 21 de junio de 1983 salió del Palacio de Tribunales con prisión preventiva. El juez Salvi lo había procesado por “ocultamiento o destrucción de elementos probatorios”. A su vez, a Martha Mc Cormack la procesó por “falso testimonio”, pero con el beneficio de la eximición de prisión. Se trataban de carátulas benévolas ya que el magistrado en realidad no tenía pruebas para probar sus autorías en la desaparición de Branca, aunque eso era a todas luces innegable. La causa había sido reabierta poco antes por una denuncia efectuada por la primera esposa de la víctima, Ana María Tocalli.

El primer juez de la causa, Pedro Narváez, se refugió en Brasil luego de recibir amenazas de muerte. Salvi lo había remplazado por expreso deseo del comandante en jefe del Ejército, Cristino Nicolaides. Se entiende, por lo tanto, quienes eran sus mandantes. De ese modo, aquella fuerza se sacaba de encima al cabecilla naval que tantos dolores de cabeza le había dado. La Armada, por su parte, se mostró indiferente ante su caída en picada por no tolerar –como se dijo entonces– que “anduviera matando por mujeres”. Pero lo cierto es que el asesinato en cuestión nunca fue esclarecido en términos fácticos.

El 22 de abril de 1985, Massera fue condenado a reclusión perpetua en el Juicio a las Juntas. Indultado en 1990 por el presidente Carlos Menem, recuperó la libertad hasta 1998, cuando fue puesto bajo prisión preventiva en una causa por robo de bebés. Meses después, el arresto domiciliario mitigó su situación. Pero perdería tal beneficio al ser visto de paseo en los alrededores del sitio en el cual cumplía con el encierro hogareño. A continuación, un ACV lo llevó al Hospital Naval. Juzgado in absentia en Italia, solo las brumas de su cerebro atiborrado por múltiples coágulos le garantizó la impunidad. Ya en agosto de 2010 fue ratificada su condena de 1985. Pero tampoco se enteró. Ese hombre que fue dueño de vidas y haciendas ya no controlaba ni sus esfínteres. Emilio Eduardo Massera exhaló su último suspiro en noviembre de aquel año.

Noticias relacionadas

Pachelo, condenado a perpetua por el crimen de María Marta García Belsunce

Editora

Encontraron muerto al hombre buscado y detuvieron a un hijo por los asesinatos

Editora

La ilusión de la democracia

Editora

Deja un comentario