El entrenador más exitoso de la historia del club se refirió a la consagración ante Palmeiras, en una electrizante definición por penales en San Pablo ante Palmeiras.
“Siempre dije que en el fútbol se puede tener buenos, regulares o malos jugadores, pero si no son inteligentes no sirve de nada. Ese plantel de Boca tenía 20 jugadores inteligentes”
La imagen del capitán de Boca corriendo en busca de sus compañeros y detrás suyo el ayudante de campo de Bianchi, Carlos Ischia, aún con el papel en la mano con el que le apuntaba a Córdoba hacia dónde ejecutarían los brasileños, permanece intacta en la memoria de los hinchas, en una postal que recorrió el planeta.
“Ese año lo habíamos comenzado mal porque tuvimos muchas lesiones, aunque siempre primero estuvo el equipo. En enero yo no tenía Palermo, se rompió los ligamentos Serna y Bermúdez estuvo durante un tiempo desgarrado. Eran gran parte de mi columna vertebral”, recordó el “Virrey”, durante la charla con Télam.
La estadística fría dice que en la templada noche de aquel 21 de junio del 2000 Boca conseguía su tercera Copa Libertadores, después de 12 años, pero esa vez no fue por los brazos salvadores del “Loco” Gatti, el héroe en la de 1977 ante el Cruzeiro cuando se acarició la Copa por primera vez, sino por las manos iluminadas de Córdoba, quien contuvo los remates del también colombiano Faustino Asprilla y el zaguero brasileño Roque Junior.Los números recuerdan que esa definición desde los 12 pasos terminó con festejo de Boca y delirio de la “mitad más uno del país”, pero más allá del resultado y el éxito en si mismo, esa noche, sin saberlo Boca había recuperado la mística ‘copera’ archivada en un cajón desde la época dorada del “Toto” Lorenzo, hasta entonces el entrenador más ganador de la historia del club.
Su heredero fue un hombre que había sido ídolo en Vélez como jugador y como técnico: Carlos Bianchi, sin las estridencias “artísticas” del “Toto”, pero con un estilo parecido de trabajo: serio, astuto y ganador.
Cuando los jugadores celebraban en el Morumbi ya vacío de hinchas, Bianchi abrazó a Carlos “Toti” Veglio uno de sus ayudantes que en su época de futbolista había sido un mediapunta exquisito de los años 60′ y 70′ y bicampeón de América con Boca como jugador, justo con el “Toto” Lorenzo, extraña coincidencia.
Con el tiempo el mundo del fútbol se enteró que esa noche nacía otra leyenda, la del Boca ‘copero’, invencible, que tenía el celular de Dios, el que después tuvo a sus pies al Real Madrid de Figo, Raúl, Casillas, Hierro y Roberto Carlos, y al Milan de Maldini, Cafú, Pirlo, Gattuso y Shevchenko.
Antes de la final en el Morumbí, Bianchi había pegado en cada rincón del vestuario recortes de diarios en los que el director técnico del Palmeiras, Felipe Scolari, repetía que su equipo ya era campeón, entusiasmado por demás por el empate que había obtenido en La Boca.
Esa picardía de Bianchi sirvió para tocar las fibras intimas del plantel, así el clima previo, en vez de disminuir agrandó a los jugadores, que inflaron el pecho y salieron a jugar ante un contexto adverso.
Más allá que venían golpeados en lo futbolístico por el empate en la ida con los dos goles del “Vasco” Arruabarrena y también en lo físico, con bajas sensibles como las del “Chicho” Serna, y jugadores “tocados” como Guillermo y Palermo, Boca salió a buscar el partido con Riquelme como bandera, Walter Samuel como amo y señor de la defensa, y así le jugó de igual a igual al Palmeiras.
Pasaron apenas 20 años que como dice el tango no son nada, y ese Boca campeón gestó lo que vino después, tres Libertadores más (en 2001, 2003 y 2007), y dos Intercontinentales (en 2000 y 2003), que llenaron las vitrinas del club y marcaron a fuego una etapa dorada.