El periodista Leandro Vesco dedicó 12 años de su carrera a contar las historias de la gente del campo bonaerense, abandonado tras el cierre de los ferrocarriles en los 90.
La provincia de Buenos Aires, por lejos la más poblada de Argentina, tiene una superficie total de 307.571 kilómetros, apenas superior a la extensión territorial de toda Italia. Sin embargo, 94 % de las más de 15 millones de personas que la habitan se concentran en sus centros urbanos, especialmente en los que rodean a la Capital Federal, el llamado Gran Buenos Aires, o en otras ciudades importantes como La Plata, Bahía Blanca o Mar del Plata, donde imponentes edificios conviven con la playa y el mar.
Pero fuera de las zonas metropolitanas y los conglomerados urbanos bonaerenses, existen cientos de pequeños pueblos rurales que completan la geografía de esta inmensa provincia, una de las protagonistas principales de la extensa región de la Pampa Húmeda. Lugares donde el sol y la luna se pueden ver desde todas las esquinas. Donde se respira aire con aroma a hierba y el mate se erige como compañero casi ineludible de tardes que se aletargan hasta el ocaso. Sitios de tradición gauchesca, donde el trabajo es sinónimo de tierra; y la serenidad y la naturaleza se contraponen al ruido y la hiperconectividad de las grandes urbes.
Muchas de esas poblaciones campestres aún intentan sobreponerse al abandono que trajo consigo el cierre de las redes ferroviarias que las comunicaban a otros pueblos y ciudades, efecto todavía vigente de la era privatizadora y neoliberal de la década del 90, y que en Argentina encabezó el expresidente Carlos Menem.
Durante los últimos 12 años, el periodista argentino Leandro Vesco se ha tomado el trabajo de recorrer estos parajes, que suelen estar fuera de la agenda de los grandes medios, relatando, a través de notas, las historias mínimas que hacen a la vida diaria de los hombres y las mujeres de campo; los de siempre, y los de ahora, ya que muchas familias de ciudad están optando por estos pueblos para afincarse y desarrollar sus vidas y las de sus hijos, con tranquilidad y tiempo para el descanso, siempre con el horizonte y el cielo completo como testigos.
Vesco es además creador de la ONG Proyecto Pulpería (viejo almacén de ramos generales, típico de Hispanoamérica), que intenta repoblar y revalorizar estos sitios a través de su difusión, del turismo gastronómico, o de la creación de espacios culturales, por ejemplo, en las estaciones de tren que quedaron abandonadas.
Leandro Vesco nació en 1973 en la ciudad de Paraná, provincia de Entre Ríos, pero vive en Barracas, uno de los barrios de la zona sur de la Capital Federal. En su libro ‘Desconocida Buenos Aires, secretos de una provincia’, el escritor recopila varios de los artículos publicados durante más de una década, y amplía la radiografía de esta ‘Pampa infinita’ con una descripción entrañable y detallada, poblada de personajes solitarios que resisten al paso del tiempo.
¿Cuál fue su punto de partida? ¿Hubo un momento y lugar en el que se decidió por encarar esta travesía que concluyó en el libro?
L.V: Comencé a transitar la provincia de Buenos Aires hace once o doce años en forma dominante en mi agenda. Quise buscar la forma de encontrar la identidad bonaerense. Encontrándola, yo también descubría la matriz de la forma de ser argentina, esa identidad que por ahí se ha perdido en las grandes urbes. Mi recorrido ha sido siempre alejarme del asfalto, de las autopistas, de las rutas más transitadas y de los grandes puntos del mapa para poner el foco en los pequeños, donde solamente hay caminos de barro y tierra, caminos rurales que transitan y cruzan pueblos mínimos, estaciones abandonadas. Ahí en ese lugar, arrinconada, está todavía presente esa identidad bonaerense. La he descrito en notas. Y la verdad, siempre suelo llegar a la misma conclusión: la provincia de Buenos Aires quizás no se defina por un mapa, sino por un sentimiento y por el asombro.
En las ciudades se habla siempre muy bien de la gente de pueblo, de su generosidad y humildad. ¿Qué valor le da al componente humano en cada rincón que pudo conocer?
L.V: Definitivamente hay una forma de ser muy marcada: la solidaridad, la camaradería, el darte todo sin pedirte nada. Yo nunca uso hoteles, la gente suele abrirte las puertas de su casa, las bicicletas están en la vereda y los niños jugando en la calle. Esa forma de ser, que para ellos es natural, para nosotros es atractiva. La gente de la ciudad puede ir a una localidad pequeña y conocerla, pero no solamente el arroyo o la pulpería, sino que también puede hablar. La comunicación verbal se ha perdido mucho en la gran ciudad, pero sigue siendo natural en los pueblos. “Nosotros estamos comunicados, no tenemos celular”, es una frase que se repite mucho en el ambiente rural. Esa realidad es muy rica y se mantiene inalterable. La gente es muy receptiva.
El pulpero más viejo de la provincia, don #GenerosoVillarino. Una alegría encontrarme nuevamente con el gran amigo. Siempre detrás del mostrador de la mítica #EsquinaDeArgúas en #MarChiquita q hace 202 años está abierta, allí donde el mar se presiente. #DesconocidaBuenosAires pic.twitter.com/iy4PtUKqOv
— Leandro Vesco (@leandrovesco) 25 de marzo de 2019
Entre sus historias hay una muy particular que es la de El Faro, un pueblo con 14 habitantes que está tratando de reinventarse. ¿Qué encontró ahí?
L.V: El Faro es un pueblo de 14 habitantes del partido de Coronel Dorrego. Hace aproximadamente dos años nos llamaron a nuestra ONG Proyecto Pulpería con una pretensión que era muy simple y muy bella: ellos querían tener más pobladores, abrir un poco el pueblo a nuevos habitantes. Bueno, los acompañamos en ese proceso de repoblación, pero más que nada estando detrás de ellos, a la par, a veces en gestiones, siendo un puente para que su sueño se haga realidad. Ellos querían también recuperar la estación de trenes, revalorizarla. Ya no hay ferrocarril en el Faro, pero su estación se ha convertido en un punto de encuentro donde los habitantes hacen comidas comunitarias, pueden vender sus verduras orgánicas y contar su historia en el lugar donde pasó. Son pueblos que han tenido mucha actividad, como Quiñihual, que tuvo 500 habitantes y ahora tiene uno solo, Don Pedro Meyer. O La Chiquita, que es un balneario con cuatro habitantes estables y está dentro de la Patagonia bonaerense. Son playas interminables donde vos podés ver amanecer y atardecer. Ese lugar está abierto a que todos vayamos, pero es desconocido. Un poco ese es el sentido del libro.
Muchos pueblos han quedado a la deriva por cambios en lo social, en lo económico y también en lo político. ¿Qué le dicen estos pueblos de la historia reciente?
L.V: La historia reciente no está bien vista para ellos, pero no es ninguna incomodidad. Viven otra realidad más efectiva y más feliz en términos de logros. Yo la llamo revolución silenciosa. Nadie sabe que un tipo trabaja 18 horas en el campo, que además es el mozo de la pulpería, le da de comer a la familia, levanta la pared, la mujer hace la cocina, también pinta la pared; cuando hay que sacar el agua del camino, todos van y lo hacen. Es una resistencia muy particular, silenciosa pero fuerte y muy efectiva.
“Todos los procesos de recuperación de los pueblos se han logrado por fuera de la política tradicional. Se consiguieron por un fuerte cambio de actitud en los pobladores y por el emprendedurismo, que es muy importante”.