Ganó Milei y eso es innegable por más que se intenten dar mil explicaciones. Ganó él, conductor sádico de un rejunte de candidatos desconocidos, fascistas, trastornados, violentos de todo tipo, xenófobos y muchas otras lacras que pululan en este sitio que en algún momento aspiró a ser una República y que ahora se ha convertido en una triste y muy despojada colonia.
No importaron estos dos años de padecimiento para las clases populares -incluidos muchos y muchas que votaron a LLA-, decenas de miles de despedidos, fábricas cerradas, pymes idem, jubilados y jubiladas cobrando salarios de hambre y a la vez apaleados por los esbirros de esa ministra de Seguridad que ahora obtuvo el 50% de votos en la Ciudad de Buenos Aires. Ni que decir de la soberanía, cuando el país se ha ido entregando en este período mileísta a la voracidad de las multinacionales, que ahora, gracias a las «bondades» de la banca JP Morgan y otros buitres similares, terminarán de vaciar lo poco que aún no había sido vendido, privatizado o directamente entregado a las corporaciones extranjeras.
Ganó Milei, a pesar de estar sumamente comprometido e implicado, él, su hermana, el ministro Luis Caputo y otros del clan de adoradores del capitalismo salvaje, en actos de corrupción. Desde la cripto-estafa hasta las coimas multimillonarias donde la súper hermana jugó un papel destacado, las relaciones cómplices con el «amigo» de los narcos, José Luis Espert. Y así, un largo listado de actos ilegales que pareciera no hicieron mella en ese 40 por ciento de una «argentinidad» que mira con cariño la bandera de la barra y las estrellas. No es la primera vez que pasa ni será la última. Son los herederos del «algo habrán hecho» para justificar las 30 mil detenciones y desapariciones de la dictadura militar. O quienes una y otra vez cuando se cruzaban con una manifestación de desocupados piqueteros, exigiendo trabajo o alimentos, les gritaban desde sus vehículos: «vayan a trabajar negros de mierda».
Está dicho, aunque siempre se trata de edulcorar las palabras, que si se analizan las causas de esta victoria mileísta sobran interpretaciones, y todas ellas son peligrosas si subsisten o se encarnan en la población. Por un lado, hay una gran responsabilidad de la sociedad civil que conscientemente o no, gira cada vez más hacia la derecha, fascistizando la vida cotidiana, con expresiones y acciones que nada tienen que envidiar a otras escuchadas o vistas en la Europa ocupada por el nazismo. Xenofobia y racismo se empiezan a convertir en algo común y se los naturaliza. En eso entra también el odio exacerbado al peronismo, un gorilismo aggiornado que le echa la culpa de todo lo malo que haya ocurrido en este país. En esa iniciativa, se enrolan el propio Milei y su banda de provocadores, conocida como «las fuerzas del cielo».
No caben dudas que la derrota ocurrida en territorio bonaerense hace mes y medio, y lo que significó el festejo peronista en ese momento, sacó de sus casillas a esa franja intolerante que no había ido a votar en esa ocasión y que ahora acudió por miles para «frenar el regreso de la negrada», refiriéndose obviamente a los peronistas (textual de un sufragante marplatense al salir del sitio de votación).
Lugar especial en «crear climas», ocupan los medios hegemónicos. Desde cualquiera de sus variantes jugaron un papel decisivo para abrirle paso al oficialismo hacia una victoria contra quienes pudieran cuestionar las políticas entreguistas y el alineamiento internacional con el eje más genocida del imperio.
En lo que hace a esa base juvenil que el mileísmo se adjudica y que es evidente que, en un porcentaje no menor, provienen de barrios humildes, está claro que patean el tablero de la mala vida que les tocó en suerte, y desde la absoluta falta de conciencia social, o de prácticas solidarias, huyen hacia adelante buscando una salida «por derecha». Incluso, a pesar de que pasan hambre igual que el resto del pobrerío, o sufren la violencia policial por portación de rostro. No les importa. Ironizan sobre la pesadilla que ayudan a sostener con su voto. «Soy de Milei flaco, y me río de los peronachos», le gritó uno de estos pibes a un camarógrafo que lo filmaba. Y concluyó amenazando: «ahora si que van a cagar sangre». La perversidad es otro atributo infaltable de la política actual en tiempos de Trump, Netanyahu y Milei.
En otro andarivel de las «causas de la derrota» sufrida por el peronismo está la forma en que esa alianza variopinta llegó a esta elección. En primer lugar, con viejos rostros que tienen larga historia en el camino de traiciones, transfuguismo, y no pocas denuncias por las mismas corruptelas que los que ahora se enrolan en el oficialismo. Varios de esos candidatos no dudaron en estos dos años en darle aire en el Parlamento a los proyectos destructores de la derecha. Con la excepción de Jorge Taiana y muy pocos más, el resto están identificados con un estilo de hacer política sin tener en cuenta los reclamos de los humildes que los votan. También vale agregar el papel que jugó Cristina Kirchner que durante todo este tiempo trató de hacerle zancadillas al gobernador Axel Kicilloff, una de las pocas figuras con futuro real dentro del progresismo. En el colmo de las evidencias, CFK se dio el lujo de bailar este domingo en el balcón de la mansión donde el mileísmo la tiene presa, festejando no se sabe qué cosa, mientras el conjunto de la base peronista no sabía cómo digerir la derrota.
Más allá de los resultados, que como está visto pueden darse vuelta una y mil veces, lo que ahora queda es demostrarle a este presidente amigo del Imperio, que existe un importante sector del pueblo argentino, haya o no votado en esta elección, que está convencido que si hay hambre, habrá lucha. Que si se sigue apaleando a los jubilados habrá quienes lo impidan. Que si se pone bandera de remate al país, habrá dignidad suficiente para rechazar ese acto colonial. Que si se sigue aplaudiendo a la derecha mundial, festejando el genocidio palestino o intentando arrodillar -aún más- al país ante el Occidente guerrerista, habrá -tiempo al tiempo- miles que levantarán, como en 1845, en la Vuelta de Obligado, la bandera de la resistencia a los invasores.
Frente a semejante escenario de imposición del fascismo por vía electoral, mirar a un costado o perderse en discusiones estériles suena a irresponsabilidad cómplice.
Un último y justo recordatorio: valorar el esfuerzo de esa izquierda opositora que se expresó fuera del choque partidario polarizado entre unos y otros, y pudo, con Myriam Bregman y sus compañeros, navegando a contracorriente, reivindicar las banderas fundamentales de la lucha de clases, del antifascismo y de un futuro socialista.

