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Una pista clave para entender la evolución de las ranas: descubren fósil de un renacuajo de 165 millones de años

El hallazgo, realizado en Santa Cruz, fue llevado a cabo por un grupo de paleontología de Argentina y China. El trabajo se publicó en la prestigiosa revista Nature y revela importantes pruebas para analizar el árbol evolutivo de estas especies.

Nicolás Camargo Lescano (Agencia CTyS-UNLaM)- Para hablar de este enorme hallazgo de la paleontología argentina, que se publicó este miércoles en la prestigiosa revista Nature hay que dar, primero, un poco de contexto: hay un grupo de vertebrados, llamados anuros, que incluyen a sapos, escuerzos y ranas y que tienen un ciclo de vida en fases muy diferentes: larva acuática, o renacuajo, y una adulta generalmente terrestre, en un proceso conocido como metamorfosis. Pero ¿qué pasa cuando se quiere estudiar estos procesos en especies de hace millones de años?

Un equipo de investigación del Museo Argentino de Ciencias Naturales (MACN), la Fundación Azara y la Academia de Ciencias de China realizó un hallazgo paleontológico sumamente relevante para comprender, justamente, la evolución del ciclo de vida de las ranas y sapos. El fósil en cuestión corresponde a un renacuajo de 165 millones de años de antigüedad (del Período Jurásico) y fue descubierto en la Estancia La Matilde, ubicada en el sector noreste de la provincia de Santa Cruz, a unos 100 kilómetros de Puerto Deseado.

“La especie en cuestión pertenece a un antecesor de los anuros, Notobatrachus degiustoi. Es un descubrimiento muy importante, porque la escasez de renacuajos en el registro fósil hizo que los orígenes y evolución temprana de la fase larval fueran enigmáticos”, explica a la Agencia CTyS-UNLaM el doctor Federico Agnolín, coautor del trabajo e investigador independiente de CONICET en el MACN. El espécimen hallado está tan bien conservado que pueden observarse el contorno del cuerpo, los ojos, nervios, e incluso el aparato hiobranquial.

Según el equipo de profesionales, el renacuajo medía en vida unos 16 centímetros en total, muy por encima del tamaño de la mayor parte de los renacuajos vivientes, y tenía casi la misma longitud que los adultos de la especie. Esto permite a los investigadores afirmar que ambos estadios del desarrollo alcanzaron grandes tamaños y que el gigantismo en renacuajos también estaba presente en los antepasados de los anuros.

Fuente imagen: gentileza equipo de investigación.

“Este ejemplar tiene una doble relevancia: por un lado, corresponde al registro más antiguo de un renacuajo fósil a nivel mundial, y por otro lado se destaca por su preservación excepcional, ya que los renacuajos son animales de cuerpo blando, pobremente osificado, lo que hace que su fosilización sea muy dificultosa”, detalla en un comunicado de prensa la doctora Mariana Chuliver, investigadora de la CCNAA-Fundación Azara y primera autora del trabajo.

Buscando un lugar en el árbol evolutivo

Más allá del hallazgo en sí, uno de los aportes claves de este trabajo son los datos en torno a la línea evolutiva de estas especies. Un análisis de las relaciones de parentesco de las larvas de anfibios actuales y fósiles permitió ubicar al renacuajo de Notobatrachus muy cerca del grupo que incluye a todos los anuros actuales. Los análisis pudieron realizarse gracias al uso de una supercomputadora del Centro de Computación de Alto Desempeño de la Universidad Nacional de Córdoba.

Fuente imagen: gentileza equipo de investigación.

“Las relaciones de parentesco encontradas para el renacuajo de Notobatrachus eran las esperadas si consideramos la anatomía de los adultos, pero lo que resultó en una gran sorpresa fue la gran similitud que tiene el nuevo ejemplar con algunos de los renacuajos que viven en la actualidad. Estos análisis mostraron que la forma corporal larval de los anuros sufrió relativamente pocos cambios durante los últimos 160 millones de años”, propone Martín Ezcurra, uno de los autores de la publicación e investigador de MACN-CONICET.

Un poco de historia…y un poco de serendipia

Cuentan los investigadores que la especie Notobatrachus degiustoi es un lejano precursor de los anuros, conocidadesde 1957 a partir de la descripción de numerosos esqueletos de individuos adultos también hallados en la estancia La Matilde.

La especie, aseguran, tiene una gran importancia no solo por su antigüedad, sino también porque conserva rasgos “primitivos” que no existen en las ranas y sapos vivientes. De la misma, además, se cuenta con una gran cantidad de individuos adultos muy bien preservados, que incluyen no solo el esqueleto articulado sino también improntas de músculos y otros tejidos blandos.

Fuente imagen: gentileza equipo de investigación.

“Los estudios sobre Notobatrachus se iniciaron a fines de 1950, en manos del gran paleontólogo argentino Osvaldo Reig. En aquel momento, su hallazgo dio por tierra todo lo que se pensaba sobre la evolución de las ranas y demostró que América del Sur fue un escenario clave en la evolución temprana del grupo” explica Agnolín.

¿Cómo se dio el hallazgo de este ejemplar publicado hoy? Al parecer, de una forma un tanto azarosa. Según detallaron en el comunicado de prensa los integrantes del grupo de investigación, en enero de 2020, un equipo de trabajo liderado por los investigadores Fernando Novas (CONICET) y Xu Xing de (Academia de Ciencias de China) habían empezado a realizar exploraciones en la provincia de Santa Cruz en busca de fósiles de “dinosaurios emplumados”.

A pesar de que no se realizaron hallazgos de dinosaurios, sí se hizo este gran descubrimiento: el paleontólogo Matías Motta, becario postdoctoral de CONICET descubrió una laja con una impronta muy particular. Se trataba de un renacuajo completo de Notobatrachus degiustoi que preservaba el cuerpo con restos del cráneo, la mayor parte del esqueleto postcraneano y parte de la cola.

La ilustración de la imagen principal es obra del ilustrador Gabriel Lío.

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