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Que el árbol no tape el bosque

Tras los incendios forestales del 2020, y una deforestación que no se detuvo pese a la pandemia, el biólogo Ramiro Aguilar advierte que, para que los bosques nativos y sus especies nativas sobrevivan, hace falta mucho más que dejarlos en pie. Propone reconectar los hábitats fragmentados y recuperar, de esa manera, el potencial evolutivo de las plantas autóctonas de cara a un futuro de cambios ambientales.


La pandemia de COVID-19 dio, en un comienzo, la sensación de un mundo que se detenía. Sin embargo, pronto se reveló que muchas actividades –incluso aquellas relacionadas con el peligro de zoonosis como el SARS-CoV-2- nunca tuvieron pausa. Tal es el caso de los desmontes que, según un informe reciente de Greenpeace, diezmaron 114.716 hectáreas de bosque nativo en Argentina durante el 2020.

El 80 por ciento de los desmontes del año pasado ocurrieron en el Gran Chaco, región integrada por 13 provincias del norte del país que, en ese mismo periodo, también sufrieron incendios forestales. El avance de estas actividades va desmembrando, poco a poco, un gran entramado de sistema natural que, sin un cambio de curso, puede desaparecer.

“El 96 por ciento de la superficie de bosques que había en la provincia de Córdoba se perdió y, el 4 que queda se encuentra como un mosaico de fragmentos de diferentes tamaños”, plantea investigador de CONICET Ramiro Aguilar, quien estudia las interacciones biológicas en estos escenarios y propone estrategias para evitar su deterioro de cara al futuro.

Un aislamiento involuntario

Tanto la tala como los incendios tienen un denominador común y es el cambio de uso de suelo, ya sea con fines de explotación agropecuaria o inmobiliaria. Se trata de una tendencia que, pese a la existencia de la Ley de Bosques desde el año 2007, aún no logró frenarse.

El avance sobre los bosques nativos deja un doble problema, y es que, a la pérdida de sistemas naturales, se suma que lo que queda en pie no basta para preservar la biodiversidad. En un estudio publicado en 2018 en la revista Plos One, Aguilar y su equipo revelaban que, entre 2003 y 2013, el bosque del Chaco serrano había perdido el 24 por ciento de las especies nativas que lo componen, un porcentaje nunca antes registrado a nivel global.

“Como no se pueden mover en su fase adulta, las plantas dependen, en su gran mayoría, de animales polinizadores y dispersores para dispersar sus genes a través del paisaje en forma de polen, frutos y semillas. Con esta nueva arquitectura del paisaje, esas interacciones planta-animal se ven perjudicada porque hay una disminución de fauna nativa como consecuencia de ciertas matrices de cultivo que son hostiles a estos animales, como aquellas que requieren de pesticidas, fertilizantes y neonicotinoides, entre otras”, explicó el experto a la Agencia CTyS-UNLaM.

En rigor, estos animales cumplen la función de “mensajeros”: llevan y traen genes que permiten la reproducción de las plantas y enriquecen la calidad genética de su descendencia. Cuando las plantas se encuentran aisladas, en cambio, la reproducción tiende a darse con ejemplares de la misma familia.

“En un escenario fragmentado, las plantas sufren una disminución en la diversidad genética inmediata que, si permanece durante generaciones, aumentan los procesos de endogamia: individuos emparentados se empiezan a entrecruzar entre ellos lo que produce una disminución en la calidad biológica de la progenie”, desarrolló, y agregó que este fenómeno también deja a las especies vegetales con “menos herramientas evolutivas frente a eventos de cambio ambiental”.

El panorama encontrado en el Chaco Serrano se replica en distintas regiones del mundo. Pero no afecta solo a las plantas adultas, sino a su descendencia: las semillas engendradas en ambientes fragmentados, cada vez más reducidas en cantidad, se ven empobrecidas a nivel genético y con menor aptitud biológica, capacidad de germinación y vigor.

A ese diagnóstico llegaron Aguilar y su equipo, quienes sintetizaron, a partir de un análisis cuantitativo de diversos papers, los efectos de la fragmentación del hábitat sobre las características genéticas y biológicas de las progenies en 179 especies de plantas a nivel mundial.

De cara al futuro

Los estudios de Aguilar dejan en claro que, en lo que respecta a biodiversidad, el todo es mucho más que las partes. Ante los efectos de la fragmentación, los investigadores concuerdan que es preciso reconectar, tejer redes entre los parches e ir acotando esas distancias para que los animales completen la tarea y comuniquen la flora de uno y otro sector.

“Es necesario restaurar el sistema natural desde lo que queda en pie. Entonces, el trabajo está en permitir que estas especies nativas rebroten, mitigar el lavado de los suelos y preservar, así, el banco de semillas que permanece dentro”, amplió Aguilar.

Además, el investigador aconseja erradicar a las poblaciones de plantas invasoras que, en hábitats fragmentados, logran ganarle terreno a las especies nativas desde los bordes del bosque, lugar en el que el hábitat de bosque limita con las áreas cultivadas.

“Conservar estos bosques nativos nos garantiza un montón de servicios ecosistémicos de los que dependemos inexorablemente y que son gratuitos para la humanidad, como la producción de oxigeno y de agua, la polinización de cultivos, la fijación de carbono, y el acceso a plantas medicinales. Creo que hay que empezar a concebir la naturaleza como parte de lo que somos. Sin ella, no podremos sobrevivir”, concluyó.

Fuente: Agencia CTyS (Carolina Vespasiano)

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